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sábado, 10 de mayo de 2014

PARÁBOLA DE LAS BODAS DEL HIJO DEL REY (Mateo 22:1-14)



Esta parábola comienza diciendo que Jesús respondió, pero si vemos el texto nadie le había hecho ninguna pregunta, más Jesús respondía a la reacción que ellos habían asumido y la intención que tenían de matarlo (Mateo 21:46)
Esta parábola tiene el mismo propósito que la de los labradores malvados (Mateo 21:33-46): Mostrar lo que le sucederá a los que rechazan al Mesías. “El reino de Dios será quitado a ustedes y dado a gente que produzca los frutos de él” (Mateo 21:43). En este caso, los publicanos, las rameras y finalmente los gentiles.
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Algunos suponen que esta parábola es la misma de Lucas 14:16-24, pero si la consideramos detenidamente nos daremos cuenta que tiene semejanzas, pero no es igual. Por ejemplo, el que invita en Mateo es un rey que nadie puede darse el lujo de ignorar. En Lucas el que invita es un hombre. En Mateo 22 la fiesta es la boda del hijo del rey, en Lucas es una cena. La conclusión en Lucas es que “Ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena”. Pero la conclusión en Mateo es que el rey se enojó y “Destruyó a aquellos homicidas, y quemó su ciudad”, pues además de despreciar la invitación, también afrentaron y mataron a los siervos de rey que les mandó la invitación. Por tanto, en Mateo encontramos una enseñanza más severa, que se relaciona directamente con Mateo 21:41, “A los malos destruirán sin misericordia”.

El reino de los cielos es semejante a” (Se puede comparar con), un rey que hizo una fiesta de bodas para su hijo. El gozo y el privilegio de ser invitado a una boda real, se puede comparar con el gozo de ser parte del reino de los cielos.
 En esta parábola tenemos un rey invitando a la gente a la boda de su hijo. Como era costumbre de aquel tiempo, se enviaba la invitación sin fecha a los convidados, y cuando se acercaba el momento de la celebración eran avisados  que el tiempo había llegado. Los siervos utilizados para anunciar la boda del hijo eran los profetas y hombres de Dios que desde la antigüedad amonestaron a Israel para que se mantuviera santo para su Dios y así estuvieran preparados para la fiesta de bodas.  Los que mandaron a informar que el tiempo ya se acercaba y todo estaba listo fueron Juan el Bautista, los 12 y los 70.
Los judíos recibieron la invitación al evento, pero no quisieron venir. Prefirieron cada uno atender sus propios asuntos y poner excusas, pero para el rey fue simplemente que “No quisieron venir” y “Sin hacer caso se fueron”. Finalmente la indiferencia se convirtió en violencia, y los siervos que hacían la invitación fueron maltratados y algunos hasta matados (Compare con Mateo 23:34-36).

Es bueno destacar dos cosas importantes. Por un lado, la incredulidad y falta de amor a Dios es degenerativa. Las personas a veces comienzan sintiendo hasta cierta simpatía por el evangelio de Cristo, pero cuando los enviados de Dios expresan la necesidad de que los hombres cambien sus vidas y dejen sus malos caminos, entonces sucede que muchos se vuelven indiferentes y después activamente opuestos, atrayendo su propia destrucción.
Por otro lado, vemos la gran misericordia de Dios y su paciencia para tratar con el hombre. No es su costumbre castigar al hombre sin primero darles tiempo para que reconsideren su vida y se arrepientan. En el tiempo de Noé le dio al hombre 120 años para que cambiaran (Génesis 6:3). A Manases le advirtió sobre su mal comportamiento dándole tiempo para que cambiara (2Cronicas 33:10). A algunos de la iglesia en Tiatira  dio tiempo para que se arrepintiera (Apocalipsis 2:20-22). A los judíos en esta parábola le envía una primera invitación, después manda a avisar que la boda está lista, luego los motiva al darles detalles de su preparación, y ni aun así responden al llamado. El resultado de esta conducta es el castigo, que Dios a través de ejército romano permitió. En el año 70 d. De J.C. el general Tito, hijo del emperador Vespasiano, sitió la ciudad de Jerusalén y la quemó (Mateo 24:1,2,15,16; Lucas 19:41-44). La historia de este pueblo está tristemente marcada por el rechazo que hicieron del Señor. Sin embargo, los Judíos que se convirtieron a Cristo y oyeron su advertencia sobre este evento pudieron escapar (Mateo 24:15-18).

Los siervos del Rey informaron que los convidados a la boda no eran personas dignas, no porque habían nacido indignas, sino porque sus actitudes de desprecio y violencia hacia los mensajeros de Dios los descalificaron como personas merecedoras de una invitación tan especial. (Compare con Hechos 13:46).
La orden del rey fue ir por los caminos, y llamar a todos los que encontraran. Esto significa que el evangelio habría de llegar finalmente al mundo gentil, pues Dios no hace acepción de personas (Hechos 10:34,35). Todos son invitados a entrar, incluso las personas que muchos consideraban indignas para semejante celebración, como eran las rameras y los publicanos. Lo único que nos incapacita para entrar en la boda es que rechacemos la invitación de rey.
De manera que fueron todos invitados; buenos y malos (Según las normas humanas de medir la cosas), aunque para Dios todos somos simplemente pecadores (Romanos 3:10,23). La boda no fue cancelada, sino que el propósito del rey se pudo cumplir y la boda de su hijo se celebró adecuadamente.

Cuando el rey entró para ver a los convidados, se encontró con un hombre que no estaba vestido adecuadamente para la boda. Era un requisito del rey que todos llevaran ropa adecuada para la boda, pero este hombre no quiso sujetarse a las condiciones de rey, sino que hizo su propia voluntad, tal vez pensando que nadie se daría cuenta, o que el rey en su bondad lo pasaría por alto. Este hombre representa a todos aquellos que desean salvarse a su manera, sin seguir el plan trazado por Dios. Es cierto que el rey abre las puertas a todos, pero nadie debe abusar de su bondadosa hospitalidad. Hay que llevar un ropaje adecuando como el rey lo señaló, vestidos del nuevo hombre, que desecha toda hipocresía y mentira (Efesios 4:22-32; Apocalipsis 19:7,8).

La consecuencia triste de no ir adecuadamente vestido a la fiesta de bodas fue el castigo, junto con los que habían rechazado la invitación. De modo que no hay diferencia entre rechazar la invitación y tratar de aceptarla a nuestra manera. Ambos están manifestando desprecio hacia el rey y su hijo. Los dos grupos son incluidos dentro de los que son llamado, pero no escogidos. Dios llama a todos por medio del evangelio, pero solo escoge a aquellos que con corazón sincero aceptan a Cristo y viven una vida de santidad.


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